Señora de mil batallas
que libras todos los días,
tus penas siempre las callas
aunque sientas agonía.
Cuando te alejas de casa
muy temprano en la mañana,
al lugar donde trabajas,
el llanto tu cara empaña
con lágrimas contenidas.
Por alejarte de ellos,
por no entregarles tu vida,
como tú hubieras querido,
noche a noche, día con día.
Pero tienes que alejarte
sintiendo que el corazón
en mil pedazos se parte.
Sobre pones la razón
de que no puedes quedarte.
Y sus lágrimas te siguen,
y sus gritos no se callan,
y la culpa te persigue:
“Mami, espera… hoy no vayas”.
Pero qué puedes hacer,
si no trabajas, no comen.
No es por gusto ni querer
el que tú los abandones,
cada día al amanecer.
Y tu regreso tardío,
casi hasta el anochecer,
solo pides un: “Dios mío,
que todos se encuentren bien”.
Esa angustia que te mata,
de no poder verlos crecer.
Tú sientes que los maltratas,
que nunca los tratas bien
por el amor que les falta.
Y de regalos los llenas
para que no sufran tanto,
y sentir menos las penas
y calmar de ellos su llanto.
No necesitan regalos,
solo quieren a mamá,
quieren sentirse amados,
no quieren más soledad…
como niños rechazados.
El crecer sin tu presencia
para ellos es amargura,
que sientes en tu conciencia
y los regalos… no curan.
Y crecerán ‘faltos de algo’,
que no saben qué puede ser,
con un sabor siempre amargo
y tú… no sabes qué hacer,
y sigues en tu trabajo…
hasta el anochecer.
Piensa pronto en un cambio,
sacrificios siempre habrá,
mas si de ellos tú no cuidas,
su cariño perderás.
Siempre existe un camino
para salir adelante,
sin negarles tu cariño,
que el de ellos es constante…
Y la mejor recompensa
–de Dios y de ellos tendrás,
al cumplir con tu tarea
de ser la mejor mamá…
que tus hijos conocerán.-
Agosto de 1995