Cuando salgas a la calle,
procura que no se te olvide
mirar, que siempre hay un rostro
detrás de una mano que pide.
Ese rostro que te hiere
muy adentro, el corazón,
que verlo tú nunca quieres
porque te cause dolor.
O sientes un gran desprecio,
o repugnancia a la mugre,
recuerda que es un niño
con alma, que así se cubre.
Al que lastimas con gritos,
o también con amenazas,
cuando te pide un poquito
de lo que tienes y gozas.
Una moneda le tiras,
si tienes buen corazón,
y con eso ya cumpliste…
¡Tú sí tienes compasión!
Pero jamás te atreviste
a darles una caricia,
una palabra de aliento;
crees que no lo necesitan.
“¡Niños de la calle!”, gritas,
por su presencia, ¡Indignado!
como si fueran basura
esos niños marginados.
Amigo, quiero pedirte
esta vez un gran favor.
Reflexiona en lo que dices,
para que no aumentes su dolor.
No son ‘niños de la calle’,
son los niños maltratados,
que no tienen quien los ame,
que han sido abandonados.
No los llames ‘de la calle’,
porque aumentas su dolor,
son los niños en desgracia
por la falta de tu amor.
Son los niños sin hogar,
porque casa, algunos tienen,
pero casa no es hogar
ni familia que los quiere.
No son ‘niños de la calle’,
no les digas, por favor.
Tampoco hijos de nadie,
poque son… ¡Hijos de Dios!
Abril de 1995