El jardín de las rosas azules
  UN VIAJE A LOS RECUERDOS
 

PRIMER CAPÍTULO: UN VIAJE A LOS RECUERDOS.

Hace tanto tiempo que dejé de sentir la vida. Ahora me cuesta analizar y meditar sobre lo que he hecho con mi tiempo. Detener el tiempo un instante, mirar los rostros de las personas que me rodean, ver las maravillas creadas sobre la tierra y el cielo y, finalmente, dar un vistazo a mi historia, a mis logros y  desdichas y tratar de investigar qué es lo que me hace ser yo.

¿Será mi rostro?, ¿mi manera de hablar?, ¿mis defectos y virtudes? Es difícil determinarlo, pues hay tantas personas con las que comparto esas características. Muchos dicen que es la combinación de todas esas particularidades heredadas o adquiridas, sin embargo, si fuera de esa manera, podría cambiar mi carácter e incluso mi cuerpo, lograr ser alguien más; desafortunadamente seguiría siendo yo.

Para mí, la diferencia se encuentra en el alma. Es lo que nos hace levantarnos cada mañana en un estado neutro, con la convicción de que podemos empezar algo. Eso es lo que le da a nuestra mente cohesión, pero ¿el alma podría compartirse con algo o alguien?

 Tocan a la puerta.

-          Adelante.

-          Buen día.

-          Buen día Marco, ¿qué ocurre?

-          ¿Ya te entregaron el escrito pendiente?

-          Así es, precisamente lo leía hace un momento.

-          ¿Y qué te parece?

-          He notado que está redactado de una manera muy personal.

-          Alexander Krause es muy hábil. Hasta el momento nunca nos ha decepcionado.

-          A pesar de eso, creo que este escrito lo ha realizado en un tono demasiado informal. No es el tipo de trabajos que publicamos.

Se mantienen en silencio unos segundos mientras ella se coloca los lentes y vuelve a ver el borrador.

-          Tal vez podríamos publicarlo, pero definitivamente no como un trabajo académico.

-          Entonces te dejo para que termines de leerlo.

Sale de la oficina cerrando la puerta tras él. Tres segundos después la abre nuevamente y entra.

-          ¿Tienes algo qué hacer esta noche? porque conozco un restaurante excelente.

-          (Levantando la mirada por encima de los lentes). Salgo de viaje. Pensé que ya te había dicho.

-          Disculpa, es verdad, ya lo habías mencionado –y se apresura a salir de la oficina.

Queda sola. Mira el reloj de su escritorio.

Ya es tarde. Si salgo ahora, justo alcanzo a empacar.

Guarda el documento, que aún tiene en sus manos, en un sobre colocado al lado de un retrato donde ella y un hombre están abrazados.

Tal vez debería guardarlo (piensa mientras ve nostálgica la imagen). Lo haré cuando regrese. Debo salir ahora si no quiero que comience la tormenta cuando vaya en el auto.

Apresurada, sale al pasillo con su bolsa al hombro, el abrigo en el brazo y el sobre en la mano. Cierra la puerta, camina hacia otra oficina muy amplia y con pared de cristal. Con los nudillos golpea suavemente la puerta.

-          Adelante.

-          Me retiro director, ya es tarde. Le entrego el escrito de Alexander Krause. No alcancé a leerlo.

-          En ese caso, se lo pasaré a Masías para la revisión.

-          Me parece perfecto.

Ella le entrega el documento y abre la puerta.

-          Que tenga un excelente viaje y nos vemos en dos semanas.

Levanta la mano y asiente con la cabeza para despedirse. Sale y cierra la puerta. Se detiene por unos segundos, respira profundo y cierra los ojos.

-          ¿Ya sales de vacaciones?

-          Hola Alicia. Así parece – dice sonriendo.

-          No sé qué vamos a hacer sin ti. Disfruta el viaje, después de todo, llevas meses planeándolo.

-          A pesar de que no es exactamente un viaje de placer, te prometo que trataré de disfrutarlo.

-          Así lo espero.

Se despiden con un abrazo y Helena se dirige al elevador.

En realidad, se que no me van a extrañar ni me necesitan mucho. Me consideran un fastidio, que presiono demasiado, pero estoy convencida de que no hay otra manera de hacer este trabajo. Espero que en mi ausencia el caos no se apodere de la empresa.

Este elevador tarda una eternidad, pero parece que ya casi llega.

El elevador se detiene y abre sus puertas, deja salir a dos asistentes en amena charla y ella entra apresuradamente.

Por lo menos podré descansar de toda la hipocresía de la oficina. Es terrible convivir a diario con gente que te miente, que finge todo el tiempo que te aprecia o se preocupa por ti. Invariablemente, en algún momento salen a relucir sus verdaderas intenciones y, cuando más necesitas ayuda, es como si la raza humana hubiese desaparecido de la faz de la Tierra.

Llega al sótano. Camina rápidamente hasta su auto mientras busca las llaves dentro de su bolso. Se detiene al lado de la puerta, pero aún no encuentra las llaves. Finalmente logra sacarlas. Un trueno estremece los vidrios de los vehículos, provocando que Helena suelte las llaves y éstas caigan bajo el coche. Se inclina y mientras trata de alcanzarlas, ve del otro lado los pies de un hombre. Sorprendida, se levanta con rapidez y trata de ver quién es, sin embargo no hay nadie más en el estacionamiento. Con nerviosismo, abre la puerta y sube al auto. Lo enciende y conduce hasta salir del edificio. Una vez afuera, se detiene antes de incorporarse a la avenida.

Mi corazón está latiendo muy rápido (respira profundamente). No sé lo que me ocurrió allá. ¿Por qué estoy tan nerviosa de viajar?, sólo han pasado cinco años desde la última vez.

Conduce por la avenida. Enciende el radio y ve la hora. El cielo empieza a matizarse con grises oscuros presagiando una inminente tormenta. Se ve tan hermoso el horizonte apenas iluminado por pequeños rayos de sol compitiendo con la negrura de las nubes, en un intento desesperado por no morir con el día.

¡Qué hermoso espectáculo!, parece como si retratara mi alma en estos momentos. ¡Vaya! la brisa ha comenzado a empañar el vidrio; creo que alcanzaré a llegar a casa.

Empieza a llover. La música se detiene y la estación comienza a emitir las noticias. Con desagrado, apaga la radio y se concentra en llegar rápido a su destino.

Por fin llegué, pero aún no cesa la lluvia.

Mira el reloj una vez más.

No tengo tiempo qué perder.

Con intempestiva prisa abre la puerta del auto y, colocando el bolso sobre su cabeza, corre hasta la puerta de la casa y entra en ella. Aún agitada, sube corriendo hasta la planta alta, abre el ropero, saca de él una maleta y la arroja sobre la cama, que aún tiene las sábanas revueltas. Las cortinas permanecen cerradas y la luz de la lámpara colorea de amarillo las paredes blancas. Como un sabueso, Helena rasca dentro de los cajones, tomando manojos de ropa desordenada. A cada lugar a donde va, puede observarse el caos, contrastando con su pulcro y fino aspecto, además de su obsesión por la perfección escrita. La pequeña casa, con su olor húmedo y el silencio que resalta el tic-tac de los extraños relojes dispersos por las paredes y muebles, sería la peor pesadilla de un claustrofóbico, pero no de Helena. Su aspecto sereno, constante y observador, desaparece en la soledad que guardan los muros de su claustro.

La maleta está repleta y ella no repara en revisar por última vez si ha guardado todo lo necesario. Con fuerza, cierra la maleta y la carga hasta la planta baja. A diferencia de su recámara, la sala y el comedor se encuentran en orden, pero con una ligera capa de polvo cubriéndolos, y la cocina aparenta ser un lugar misterioso, jamás profanado por nadie, tan ordenado como austero.

Toma el teléfono para llamar a un taxi. Mientras da su dirección, mira por la ventana la lluvia que cae sobre el jardín. Alcanza a ver entre la tormenta que alguien está parado en la acera de enfrente, observando la casa de Helena. No alcanza a distinguir el rostro del hombre.

¿Quién será?, no parece ser uno de los vecinos. Es como si pudiera ver más allá de la ventana… pareciera que me estuviera observando. Me hiela la sangre ver su figura entre la lluvia, inmóvil frente a mí. Los muros me protegen de otras personas, pero las sensaciones son como fantasmas, pueden llegar a nosotros y no tenemos oportunidad de evitarlas.

-          ¿Bueno?, ¿sigue ahí señorita?

-          Lo siento. Sigo en el teléfono.

-          El taxi llegará en quince minutos a su domicilio.

-          Se lo agradezco.

-          Que tenga un buen día.

-          Igualmente.

Cuelga el teléfono y con prontitud voltea a la ventana nuevamente, pero el hombre ya había desaparecido. Frota sus brazos con las manos y se pone un abrigo. Luego de un suspiro, se sienta en el comedor, mirando hacia la ventana, inquieta y consternada. Después de un minuto se tranquiliza. Sus manos se entrelazan con fuerza, con frío. La vista de Helena se posa sobre el delgado listón negro que está amarrado a su muñeca izquierda.

Nunca pensé que mi vida pudiera cambiar tan rápidamente. El destino es cruel, nos arranca nuestros sueños y esperanzas sin avisar. De un momento a otro lo más importante desaparece, como si jamás hubiera estado ahí. La corriente te arrastra hacia lugares extraños, diferentes. Ahora que regresaré a la tierra que guarda mi infancia, mis secretos, mi corazón… no sé si tenga la fuerza para soportarlo. Ese lugar encierra todo mi dolor.

 He luchado por convencerme de que todo había sido una pesadilla, que mi vida entera solamente era un sueño y me di el valor de comenzar de nuevo. No quiero regresar, no quiero sentir una vez más que mi carne se quema y mi corazón se deshace de dolor. Otra vez el destino me hace una mala jugada; seguro se está riendo de mí en este momento.

El timbre suena, causándole sobresalto. Se apresura a abrir la puerta. Un hombre mayor a los sesenta y cinco años, de cuerpo encorvado, con su cabeza llena de canas y de mirada cansada, aguarda afuera de la casa bajo un paraguas. El taxi espera.

Helena toma su maleta, sale da la casa y hecha el cerrojo a la puerta. El taxista la ayuda a cargar la maleta y le abre la puerta del auto.

-          ¿Al aeropuerto señorita?

-          Si, gracias.

El taxi acelera. Ella permanece callada y seria, mirando por la ventana las luces de una ciudad cubierta por una espesa masa de nubes oscuras que se extienden hasta donde su vista alcanza a llegar.

-          Es curioso que llueva en esta época del año, ¿no cree? –dice el taxista, tratando de romper el pesado silencio.

-          Es curioso –ella responde, dando paso otra vez al silencio.

El taxista, desanimado por la actitud de su pasajera, coloca en el estéreo un disco de música alegre, probablemente tropical.

-          ¿Le molesta si pongo música?

-          Adelante, no me molesta.

El hombre, con expresión de satisfacción, continúa conduciendo. Ella, con resignación, sigue viendo las luces de los edificios, hipnotizantes y difusas por la lluvia.

     ¡Qué extraña despedida!

Trata de alejar la nostalgia de sus pensamientos.

Cuando regrese a Guadalajara podría cambiar varias cosas, incluso aceptaría una invitación de Marco. Este viaje tal vez será la despedida de mis recuerdos, de todo lo que me sujeta cual sempiternos grilletes que me impiden alejar mi alma del pasado. Al volver, guardaré la fotografía y me quitaré este listón. Ya me cansé de ser pesimista, de sentirme culpable, aún sabiendo que todo fue un accidente, de soñar a diario con su rostro desfigurado, quemado por las voraces llamas, flagelándome minuto a minuto.

Por unos momentos se hunde en aquellos recuerdos que la atormentan. Sus mejillas se humedecen y ella no tarda en notar que el maquillaje se ha arruinado. Si no lo compone, no se verá perfecta y el conductor incluso podría notarlo. Saca del bolso un estuche y comienza a arreglarse. A pesar de su rápida reacción, el taxista alcanza a verla por el retrovisor, pero por prudencia no dice ni una palabra. Apaga la música y quince minutos después, el sonido de motores de aviones comienza a escucharse en el cielo. La lluvia sigue cayendo, casi siempre ligera, pero por momentos aumenta, como una tempestad. Helena, ya con su mismo aspecto impecable y sereno de siempre, ve por la ventana los grandes aviones volando a poca altura. Los mira atentamente, incluso podría decirse que con sorpresa; esa misma expresión que parece iluminar su rostro y que persiste desde su niñez al contemplar las cosas que le maravillan, aún cuando ya las ha visto miles de veces.

-          Hemos llegado –dice el hombre tras estacionar el auto frente a la entrada.

El taxista baja primero del vehículo. Mientras sostiene el paraguas con su mano izquierda, con la derecha saca la maleta de la cajuela. Después le abre la puerta a Helena y cubriéndola de la lluvia, la acompaña unos metros hasta donde está seco. El conductor le entrega su maleta, recibe su pago y se marcha.

He llegado tarde. En solo veinte minutos sale el vuelo.

Saca el boleto del bolsillo de su abrigo mientras camina con rapidez hacia la sala de espera.

Ve en las pantallas que aún no comienza el abordaje de su vuelo, por lo que después de documentar la maleta, entra a la sala de espera, se sienta y, con una sonrisa, evidencía su satisfacción de haber llegado a tiempo. Pasan los minutos, pero continúan postergando la salida de los aviones. Helena, tratando de disimular su terrible impaciencia, se levanta del asiento y se acerca al enorme cristal que la separa del exterior.

Llueve tan fuerte como aquella noche en que Leonardo murió –piensa con amargura-.

De pronto, por el altavoz anuncian que todos los vuelos han sido cancelados hasta nuevo aviso. Con frustración, Helena apoya su frente sobre el cristal. Escucha un golpe en el vidrio, seguido de muchos otros impactos.

¡Es granizo! Definitivamente no me gustaría tomar un avión con este clima, pero si hay algo que no soporto es esperar. Tal vez esto no sea tan malo; nada que postergue este viaje puede ser tan malo.

Se dispone a tranquilizarse, convencida de que es lo mejor. Intenta distraer su mente observando el ir y venir de la gente.

A veces me sorprende la ingenuidad de Alicia; vaya que creer que había preparado este viaje por muchos meses, cuando era tan evidente que yo misma lo aplazaba. Ella siempre es muy sincera y sencilla. Creo que es por eso que me agrada. En comparación a las otras mujeres de la oficina que se pasan murmurando de los demás a sus espaldas, Alicia tiene mil veces más integridad que ellas.

Me parece repugnante cuando, frente a mí, han hablado mal de ella, sabiendo yo de antemano las cosas horribles que de mí han dicho. Dicen que Alicia es una tonta, que jamás triunfará en nada, que no comprenden cómo han podido contratarla. Sin duda ella tiene más talento que todas las demás. Cuando leo lo que ella escribe, no puedo evitar sentir una gran satisfacción, pues transmite siempre su alegría en todo lo que hace.

Tal vez no es excelente en corregir textos, pero en traducciones es la mejor. Tiene un sentido estético que sólo un asno no reconocería. Sabe siempre qué palabra usar y cuándo usarla. Definitivamente es una de las pocas personas por las que me alegra haberme mudado a esta ciudad.

Helena permanece sentada, concentrada en sus pensamientos y mirando el hielo que golpetea contra el cristal. Su mirada se cruza con la de un hombre que también espera sentado en la sala, un poco alejado de donde ella se encuentra. La escritora voltea hacia otro lado, como si no supiera cómo reaccionar, como si la penetrante mirada de aquel sujeto la hubiera hecho avergonzarse.

Detesto que la gente me mire con tanta insistencia, aunque no puedo negar que ese hombre es muy apuesto. Debe ser un empresario o algo así por el traje que usa y el portafolio que está a su lado. Esto me hace sentir muy nerviosa. Es como si él me conociera. Espero que no se acerque a saludarme porque haría el ridículo si me pregunta “¿te acuerdas de mí?” o “apuesto que no me reconoces, a ver: ¿cómo me llamo?” ¡Sería tan desagradable!

Se levanta de la silla y, sujetando su bolso, camina por un pasillo hasta llegar a una máquina de café. Se recarga en la pared mientras toma su bebida. Después de un largo rato de esconderse tras la máquina dispensadora, decide regresar a la sala de espera. Mira atenta y disimuladamente, buscando al hombre que la observaba, pero ya no está. Luego de un suspiro de tranquilidad, regresa a su asiento. Estaba decidida a no dormir, pero era tal el cansancio, que ni siquiera el café pudo impedir que sus párpados se cerraran y ella entrara en un profundo sueño.

Después de algún tiempo, tras un estridente trueno, Helena despierta sobresaltada y ve su reloj.

Son las ocho de la noche y parece que los vuelos no se han reanudado. Ojalá la tormenta termine pronto –piensa desanimada –. Caminaré un poco para desentumecerme y comer algo.

Se levanta y se estira discretamente, después toma su bolso para dirigirse hacia uno de los pasillos. Su rostro refleja el cansancio de varias noches sin dormir o del tormento de sus crueles pesadillas. Entra a un pequeño establecimiento y pide algo de beber. Un hombre de cabello oscuro y ojos celestes llega al lugar y se sienta en el banco contiguo. Helena, inclinada sobre la barra, ve cautelosamente, descubriendo que es el mismo hombre del que ella había huido unas horas antes.

Estas son el tipo de cosas que me suceden con frecuencia: el peor escenario, de sorpresa y sin remedio.

-          Buenas noches –le dice el hombre amablemente.

-          Buenas noches –responde ella con frialdad, pero tratando de devolver una leve sonrisa.

-          Disculpe que la moleste, pero me pareció que la conozco.

Lo que me temía. Ahora sigue poner cara de tonta y responder lo mejor que se me ocurra.

-          A mí también me parece, pero en realidad no recuerdo de dónde.

Mentira, mentira, mentira.

-          De cualquier manera, me presento: me llamo Demetrio Bathory. Un placer –dice alargando la mano hacia ella.

Esto ha sido extraño. Ahora me convenzo de que jamás lo había visto antes y él tampoco creo que me conozca.

-          Mucho gusto. Helena Conti –responde al tiempo que estrecha su mano.

-          Por su nombre, supongo que su familia es de Italia.

-          Pues supone correctamente –y se vuelve hacia el frente.

-          Es una gran coincidencia. Tomaré un vuelo hacia Roma. ¿Vuelve a su patria?

-          ¿Se me nota tanto el acento?

-          Solo un poco, pero no me ha contestado la pregunta.

-          Sí. Al parecer iremos en el mismo vuelo.

Con una sonrisa, Demetrio se voltea para pedir una soda. El ruido producido por la tormenta que cae sobre el edificio disminuye lentamente hasta ser casi inaudible, pero las luces de los relámpagos, cada vez más lejanos, aún iluminan consecutivamente el cielo.

-          Espero que me disculpe.

-          ¿Qué lo disculpe?

-          Si. Fui grosero y entrometido al hacerle esas preguntas tan impertinentes. Supongo que no puedo evitar ser así a veces –explica manteniendo una sonrisa y mirándola a los ojos.

-          No hay cuidado. Discúlpeme a mí por ser algo indiferente.

Con su misma sonrisa serena, el hombre se levanta de su asiento.

-          Me despido por el momento. Nos vemos en el avión. Provecho.

-          Gracias –responde ella con su seriedad característica.

Es una persona tan extraña que incluso me atemoriza un poco. Su extrema amabilidad, sus movimientos, su mirada tan contrastante con el resto de él. Su impecable aspecto no concuerda con lo escalofriante de su mirada vacía y calculadora. Admito que resulta encantador, pero esos ojos azules no son tan claros como aparentan, pues encierran algo que desconozco y pareciera que entraran en mi mente. Tal vez estoy exagerando, como siempre. Es curioso que me haya preguntado de esa manera y no haya mencionado nada sobre el listón negro, a pesar de que lo veía constantemente.

El altavoz anuncia que los vuelos se han reanudado. Helena toma sus cosas y se dirige a la sala de espera. Una vez ahí, le informan que podrá abordar su vuelo en pocos minutos. No logra ubicar a Bathory. Tiempo después entra en el avión; ya instalada en su asiento, a través de la ventanilla, fija su mirada nostálgica en el oscuro cielo cubierto de nubes, que por momentos se ilumina con los relámpagos, más ya no hay lluvia.

Adiós hermosa ciudad que me acogiste por más de cinco años. Volveré en poco tiempo a respirar tu fresco aire otoñal.

 
   
 
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